Parece que todo gira en torno a ese concepto. Éxito. Solemos decir que tal o cual persona ha tenido éxito. O que alguien llegará muy lejos… que tendrá éxito. Y parece que muchos encauzan su vida para buscar el camino del éxito. Estudian, trabajan, hacen mil piruetas honestas y deshonestas para llegar a él.
En filosofía se especula mucho sobre la razón de ser, sobre si la finalidad de una persona es llegar al éxito para ser feliz. Y se llega a la conclusión de que el éxito no tiene nada que ver con lo que mucha gente imagina. Porque no está en lo económico, ni en los negocios. No se debe a títulos nobles y académicos. Y mucho menos aparecer con frecuencia en la televisión, o a tener una enorme mansión con un garaje repleto de coches. Nada que ver con todo eso, dicen los estudiosos del alma humana. Ni con tu estatus o con la marca o el precio de la ropa.
Y suponiendo que el éxito tenga un valor apreciable para el ser humano, hay que buscarlo en el aprecio de tus congéneres; en tus amigos, tu familia, por ahí hay que buscarlo y evaluar cuanta gente te sonríe por ser tú mismo (no por tu dinero, poder o fama). ¿Cuántos admiran tu sinceridad y la sencillez de tu espíritu? ¿A cuantos de ellos aprecias y amas? Se trata de si te recuerdan cuando te vas, ¿Te echan de menos? ¿O se felicitan porque no estás con ellos? ¿Te quiere tu familia y tus amigos? ¿Te quieren aunque no tengas dinero y seas humilde? ¿Sí? ¡Eso es éxito! Eso no se puede adquirir con dinero, con manipulaciones, o por decreto. Éxito se refiere también a cuanta gente ayudas, a cuanta gente evitas dañar, a mirarte en el espejo y sentir que conservas tu dignidad en el camino de la vida y que estás en paz contigo mismo y también con todos los que amas.