Cuando Caín le ofreció a Dios sus mejores productos de la tierra, Dios le recrimina: ¿No ves a tu hermano Abel dándome sacrificios de animales? ¿Es que no sabes que el olor a carne quemada es un grato olor para mis narices?
Dios desde el principio juega con las cartas marcadas… él es el narrador omnisciente; él sabe las cartas que van a salir y hace trampas. Pues, por una parte, da libre albedrío, y por la otra exige obediencia.. Y es tan rápido en ejecutar sentencias, que a la primera de cambio nos deja fuera, a la intemperie ¡en la puta calle! “donde está el llanto y el crujir de dientes”. Así que al Hombre no le queda otra… o como decía Nietzsche: “lo que no te mata te hace más fuerte”.
Después, ese dios antropomórfico, ese monstruo, ese caradura… se inventa lo del bien y el mal; lo del pecado y todo eso.
Así que el Hombre se las tiene que inventar como puede. Unas veces juega a ser bueno y otras a ser malo. De hecho todos los hombres buenos han sido malos, o al revés. Véase a Lucifer (disfrazado de ángel de luz) que se volvió malísimo. O a Saulo de Tarso, que se complacía en perseguir cristianos para ver cómo los ejecutaban… O Cefas, que negaba a Jesús una y otra vez antes de que lo elevaran en hipotético Papa los católicos de Constantino I. Y hay muchos más. Judas Iscariote, San Agustín, o el mismísimo rey David, que antes de ser rey de Israel se unió a los filisteos y por aquellas montañas, en plan montaraz, se cargaba a todos los judíos que encontraba…
Y ahora qué…
Hasta aquí hemos llegado, por esta senda que nos ha conducido hasta el valle de Josafat, hasta ponernos frente a las puertas de “La Cueva de Ladrones” Esperando a que salga el demiurgo por excelencia. El dios narrador con conocimientos máximos en este caso, que sabe todo lo que piensan los personajes, lo que sucedió en el pasado y acaecerá en el futuro… por eso moraliza, enjuicia, opina… es el narrador omnisciente que con trucos y engaños no llevará hasta el final….