La niña era bellísima. Contemplarla elevaba el espíritu. Sus ojos resplandecían como dos lunas en cuyo centro se reflejaban dos piedras de ónice, ágatas de color cambiante haciendo un contraste divino con su satinada piel oscura…
Después de enrollar los pergaminos y extender los tapices, era un regalo del cielo verla allí en el centro cuando Yhavé desaparecía dejando un aroma de almizcle. Pues sumergirse en su mirada era como ver a Dios “cara a cara” aquella niña le daba ese privilegio… En aquellos momentos, en los que perdía totalmente la cabeza… Aharón y Mariam solían observarle desde un punto estratégico y secreto.
La fruta prohibida era de descendencia cusita, algo extremadamente condenable por la legislación vigente. Aquella noche, Moisés, oyó como un murmullo; ruidos y pasos que se alejaban. Salió precipitadamente hacia el altar propiciatorio, apartó el velo de púrpura color violeta y carmesí y confirmó su sospecha.
Al amanecer los convocó ante el altar. Su rostro estaba congestionado por la ira, sus ojos ardían de “ira y furor”. El sacerdote que suministraba la justicia lo contemplaba con ojos que denotaban cierta conmiseración. Miraba a Moisés y se apenaba al verlo tan convulso, rojo, congestionado, con su brazos alzados señalando al cielo pidiendo justicia. El sacerdote con voz aguda le incriminó: ¡No¡ ¡Muertos, no¡ Aquí no…
Mariam fue abandonada completamente sola en el desierto. Aharón pidió clemencia doblando la cerviz. Por ser varón fueron más condescendientes. Desde aquel día sus competencias en el Santuario fueron muy restringidas. Se había acercado demasiado al Señor. Ya no podría entrar al Santísimo sin su túnica de campanillas: “Aharón se la pondrá para su ministerio, para que se haga oír el sonido de las campanillas cuando entre y salga del Santuario de Yhavé y no muera” (ex:28:35) (Levítico 16:2).
El narrador tuvo que sortear seguramente una fuerte censura, pues…”era Moisés hombre MANSÍSIMO , más que cuantos hubiera sobre el haz de la tierra”. Ante esta ironía cargada de sarcasmo, el hagiógrafo deja por sentado que Moisés era un hombre bueno… manso y humilde, más que el más humilde de los hombres…(Números, capitulo 12)