domingo, 9 de junio de 2013

La firma


Son las once, nuestra hora del café de la mañana. Mi compañera Lourdes y yo nos acercamos a la barra del bar y mientras esperamos que nos atiendan quedamos prendidos de la conversación de un grupo de mediana edad que habla animadamente justo a nuestro lado. Uno de ellos, un señor con gafas y ligero acento argentino cuenta una historia de fidelidades y conflictos éticos. Por su aire complacido se intuye que está satisfecho de sí mismo. Lourdes me echa una mirada de lado y, un poco nerviosa inicia una de nuestras charlas insulsas de la hora del café.

El día se me hace largo. Una sensación de angustia me oprime el pecho y cuanto más se aproxima la hora de la reunión más nervioso me pongo, hasta el punto que cuando voy por el pasillo hacia el Despacho de Dirección mi cabeza parece que es de algodón.

-¿Has firmado?- Me pregunta Lourdes nada más salir del despacho.
-¿Has firmado?- Me pregunta mi mujer con el niño en brazos y la expresión entre ilusionada y desconfiada, nada más abrir la puerta de la casa.

Me gustaría haberles dado a las dos la misma respuesta. Pues claro que no. Soy una persona honesta ¿Cómo podría firmar de testigo para el despido de cuatro compañeros? Ni por un ascenso ni por nada lo haría.

Pero siempre he sido un tipo débil, pusilánime, incapaz de decir que no. Y dije que sí, y firmé. Y mientras firmaba me sentía bien por complacer a aquellos señores que me halagaban. Pero en cuanto salí de aquel despacho donde tan bien me habían tratado, comprendí que todo volvía a ser como antes. La sensación de angustia volvió. Esta vez en forma de una enorme bola en la garganta.

Lourdes no me dice nada. Sólo me mira y yo no puedo sostener su mirada. Mi mujer tampoco me dice nada, pero muestra su contento de una manera tan despreocupada que me hiere tanto como la mirada de Lourdes.

Y aquí estoy, sentado a oscuras en el sofá, sintiéndome miserable, como cuando era un niño esmirriado y sin gracia y el maestro me sacaba a la pizarra; las palabras no me salían y al final le decía que sí, que era tonto. Que no, que no, que no había estudiado nada. Lo que fuera con tal de volver a mi sitio y esconderme detrás de todos los demás.



6 comentarios:

  1. Es difícil sentirse satisfecho con uno mismo cuando hay en juego cuestiones éticas, cuestiones económicas, la propia preservación en un mundo caótico y hostil...
    Muy bien dibujado el personaje, como ese ser tímido que lo único que quería era passar desapercibido.
    Un gusto conocer tu espacio.
    También te agradezco la visita a mi blog.
    Saludos desde Buenos Aires.

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  2. Me ha encantado tu narrativa. La timidez de la infancia, tantas cosas que nos encierran en nosotros mismos clamando justicia. Muy interesante y bien llevado. Un abrazo.

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  3. Muy de moda. Este relato va justo con los tiempos que corren, aunque demasiado romántico para lo que en realidad ocurre.

    Saludos

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  4. Creo que todos hemos sido alguna vez como tu personaje. Tiene un corazón sano, pero sin vigor, que late al compás de los acontecimientos y de la voluntad de terceros.
    Pienso que esto ocurre en nuestros días con demasiada frecuencia... Y tal vez desde corazones ya en franca descomposición.

    Un saludo.

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  5. Hay relatos que conmueven,
    que tocan la fibra,
    en un muundo de todos moralmente perfectos,
    leer esto es una patada a lo establecido,

    amo a tú antíheroe

    Saludos

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  6. No entiendo cómo se me había pasado por alto este blog teniendo en cuenta que me sigues, me han gustado varios relatos pero este muy especialmente.

    ¿Te importaría que en un futuro no muy lejano lo pusiese en esa sección de mi blog? Por supuesto con tu nombre y enlace a los pies del texto.

    Saludos!

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